Cuando de niño mi papá me llevaba al estadio a ver los partidos del Cienciano jamás imaginé el nivel de apasionamiento que llegaría a desarrollar por todo el mundo del fútbol.
Todo el conjunto de sentimientos que uno llega a desarrollar hacia el equipo del cual uno es hincha es, sencillamente, inexplicable. El amor por los colores, el sentirse parte del equipo, el saberse importante y entender que nada sería lo mismo sin uno, por el aliento, por el apoyo, el empuje, las ganas, el corazón que uno deja desde la tribuna siguiendo cada jugada en la cancha donde corresponda. Mi club y mi selección, Alianza Lima y Perú. Como dice la canción, a donde vayas te seguiremos, donde tú juegues siempre estaremos.
Preparando el viaje a Bolivia
Comento todo esto para generar un poco de contexto sobre esta historia y no piensen que estoy un poco demente, sino que se trata de una de mis grandes aficiones, sino es la que más. Amigos, hoy les quiero hablar de mi expedición a Bolivia para el partido de la selección peruana en dicho país, jugado el 12 de Octubre del 2012, válido por las Clasificatorias al Mundial Brasil 2014.
Particularmente debo reconocer que Bolivia me encanta, es un país lleno del misticismo andino que me atrapa y me pone contento, especialmente La Paz, ciudad a la que enrumbaría para alentar a la blanquirroja.
En Octubre del 2012 yo estaba viviendo en Los Órganos (balneario a 10 minutos de Máncora, en Piura) finalizando un proyecto del trabajo y viviendo al más puro estilo hippie, ceviches, sol, arena y mar, casa al frente de la playa, en verdad, no podía pedir más, este paraíso sería mi punto de inicio a tan largo viaje. Pedí mi semana de vacaciones y mi primer destino sería Lima, donde me quedaría unos días y luego me iría a Cusco, centro de operaciones del viaje. De esta ciudad empezaría toda mi travesía.
Partí un miércoles en la noche en un bus que iba directo hasta La Paz (la conexión Cusco – La Paz es muy demandada, por la cercanía geográfica y cultural que existe), en este trayecto hicimos una parada obligatoria en la frontera para el registro necesario en Migraciones, en este punto ya se vivía el partido con inusual expectativa, se vendían camisetas, gorros y hasta entradas para el partido, la cantidad de peruanos que se dirigían a La Paz era abrumadora, Migraciones estaba colapsada y nos tocaría esperar un buen rato para continuar con nuestro largo viaje.
Llegada a La Paz
Después de un buen tiempo retomamos el camino, unas cuantas horas más y llegaríamos a La Paz, no visitaba esta ciudad desde que tenía 10 años, no había cambiado mucho, mantenía ese ambiente tan tradicional de las ciudades andinas, estaba emocionado. De fondo el Illimani nos daba la bienvenida, mientras tanto yo retomaba la cordura y me mentalizaba en el objetivo del día: conseguir entradas para La Blanquirroja (barra oficial de la selección peruana).
Llegué al terminal terrestre de La Paz y partí rumbo al Loki Hostel, centro de concentración de la barra, habitaciones reservadas, un duchazo y salí rumbo al Hernando Siles a comprar los boletos, hice una fila no muy larga y compré las 16 entradas encomendadas, almorcé por ahí y volví al hotel, gran sorpresa me llevé cuando caí en cuenta que solo tenía 15 entradas, me quería morir, había perdido una y no sabía muy bien cómo ni donde, volví al estadio y las entradas ya estaban agotadas, no podía ser, la zona que deseábamos era muy demandada por lo que tampoco había reventa, luego de mucho buscar pude dar con alguien que vendía sus boletos y compré la entrada faltante, con la tranquilidad del deber cumplido retorné al hotel, dentro de poco llegaría el grueso de la barra.
Cerca de las 7 de la noche llegó la comitiva principal de La Blanquirroja, con la banderola, bombos, tarolas y alegría desbordante, causamos sensación en el hotel, especialmente en el bar, algunos obtendrían merecido premio horas después, je.
Ya muy entrada la noche nos dirigimos al hotel donde se hospedaban los jugadores peruanos, debíamos transmitirles nuestra fuerza y aliento incondicional, así fue, llegamos y nos hicimos sentir, éramos felices, estábamos cerca de los nuestros y queríamos que sepan que no los abandonaríamos. Estaba todo listo, nos sentíamos preparados y las ansías ya se notaban en el ambiente, había que descansar para la gran jornada venidera.
Viernes, 8 de la mañana, era el comienzo del día estelar, salimos con nuestras casacas distintivas, evidentemente éramos el centro de atención de los paceños con los que nos cruzábamos en el camino, algunos de ellos, llenos de inocencia nos preguntaban “¿Ustedes son los que van a jugar hoy?”, nos mostrábamos optimistas y lo dejábamos notar, llegó el mediodía y nos dirigimos al punto de partida de nuestra caminata al estadio, el hotel donde se hospedaban nuestro hermanos de La Franja, otro grupo de locos blanquirrojos que acompañan a la selección, nos juntamos, nos conocimos y con el objetivo claro entonamos nuestros primeros cánticos, la fiesta había empezado.
Luego de una larga caminata llegamos al tramo final, una avenida que daba al Hernando Siles, nos preparamos y aparecimos al ritmo de los bombos y tarolas, nuestras banderas ondeaban más que nunca. Si algo le faltaba al mar de peruanos que aguardaban en las inmediaciones del estadio era nuestro toque, nuestro estilo, nuestro ritmo, pusimos el color a la tarde paceña, veíamos en los rostros de nuestros compatriotas la emoción creciente y la sorpresa al vernos tan organizados, tan fervorosos, ellos habían llegado a acompañar al equipo pero no sabían que también iban a formar parte de una magnífica fiesta.
Entramos al estadio, acomodamos las banderas, organizamos los instrumentos y nos ubicamos en la zona Occidente Norte, nuestro sitio para esta ocasión, los jugadores peruanos sentían nuestro aliento, seguramente ver a tantos compatriotas suyos fue una motivación adicional para ellos, por fin llegaba el momento en que, juntos, dejaríamos dejar todo por el Perú, ellos en el campo y nosotros, mediante una sola voz, en la tribuna.
El primer tiempo nos dictaba que merecíamos ir ganando tranquilamente 3 a 0 por lo menos, sin embargo nos fuimos solo con un gol de ventaja al descanso, lo pagaríamos caro. En el segundo tiempo las acciones se emparejaron, nos empataron el partido y por poco nos lo voltean, hubiese sido muy injusto, por ellos, por nosotros. El empate final nos dejó un sabor agridulce, pero la fiesta todavía no terminaba.
Salimos del estadio orgullosos, el equipo lo había dejado todo en el campo, que es lo máximo que podemos exigir, así lo cumplieron, nosotros sentíamos pagado todo nuestro sacrificio, recorrimos el camino de vuelta y armamos el cierre del día en medio de las calles bolivianas, cantamos casi sin tener voz, saltamos sin que las piernas respondan, gritamos con orgullo que éramos peruanos y que nuestra selección nunca más jugaría en silencio, así fue, así será.
En medio de abrazos nos despedimos, algunos se iban a Paraguay para el siguiente partido, otros debíamos volver a casa, yo tenía que regresar esa misma noche así que emprendí el camino de regreso con el sentimiento de que todo había valido la pena. Llegaba a su fin una de mis más grandes aventuras…
¡Arriba PERÚ!
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