Se va convirtiendo en una feliz tradición seguir y alentar a la selección en sus partidos fuera de territorio peruano, algunas veces fruto de la casualidad de vivir en el país donde le toque jugar y otras por el puro placer de viajar a donde vaya el equipo blanquirrojo.
Es por eso que, cuando a inicios de año me enteré que iba a vivir en Bogotá, supe que era el destino el que me invitaba a organizar un viaje a Barranquilla para estar, una vez más, apoyando a la selección donde más nos necesita: fuera del suelo patrio.
Desde aquel lejano día de enero cuando me mudé a Colombia se han ido dando una serie de resultados (propios y ajenos) que incrementaron notablemente nuestras, aún moderadas, chances de ir al mundial del 2014 en tierras brasileñas. Le ganamos a Chile agónicamente y a Ecuador aguantando todo el partido, ambos por 1 a 0, reflejo de que no nos sobra nada pero también de que le podemos ganar a cualquiera, dos victorias ante nuestros más encarnizados rivales nos ponían de nuevo en carrera real, dos victorias que nos dan esperanza y que hacen que dependamos de nosotros mismos para lograr la ansiada clasificación.
Y llegaba el momento, aún con el recuerdo fresco de la victoria contra los ecuatorianos tocó preparar inmediatamente la expedición hacia Barranquilla, La Blanquirroja y La Franja (pueden conocer un poco más de estas barras en este informe) como ya se ha hecho costumbre, se iban a hacer presentes en el estadio, casi todos provenientes de Lima, siendo yo el único que arribaría desde Bogotá. Todo estaba listo, el plan era acompañar desde el domingo a la selección, la misión una sola, entregar nuestro apoyo incondicional, ese plus que todo jugador siempre necesita.
Una fugaz visita a Barú (caribe colombiano) iba a ser el previo antes de enfocarnos completamente en la selección, domingo de camaradería en La Blanquirroja, merecíamos un momento así, la buena compañía y lo paradisíaco del lugar eran el complemento perfecto, con nuestra bandera ondeando orgullosa, la misma bandera que antes estuvo a más de 4,000 metros de altura en el Pichincha (Quito) ahora estaba entre la arena blanca y el mar turquesa caribeño, no es broma, no.
Luego de pasar un rato a gusto, antes de caer la noche nos tocó emprender la ruta de regreso hacia Barranquilla, debíamos estar listos para recibir a la selección como se merece, era nuestro primer encuentro, dejamos el cansancio en nuestro hospedaje y enrumbamos al hotel donde llegarían los jugadores peruanos, los íbamos a esperar al ritmo de nuestros instrumentos, a voz en cuello y banderas en alto, ni la sensación de calor sofocante que existía nos iba a apagar, todo inconveniente se contrarrestaba con la emoción de ver pasar a los jugadores y la felicidad de saber que nos escuchaban, de que sabían que estábamos ahí, junto a ellos, unidos más que nunca.
Pasaba un poco la euforia del recibimiento inicial cuando empezamos a caer en cuenta de un hecho sin precedentes en otras salidas al extranjero, la sorpresa nos invadía cuando en lugar de hostilidad lo que recibíamos de los colombianos eran muestras de afecto y cordialidad, nos felicitaban y nos deseaban suerte a la par de pronosticar que mínimo nos meterían 4 goles, sí, nos transmitían desbordado optimismo por un lado pero nos daban calurosa bienvenida por otro, así es Barranquilla, mijo.
Al día siguiente, entraríamos al hotel a la expectativa de tener contacto con los jugadores, cenamos un buffet delicioso (ironía), lamentablemente nunca llegó el encuentro deseado, la concentración de los jugadores, al parecer, era máxima.
Martes 11 de Junio, los 14 miembros de La Blanquirroja estábamos listos, ansiosos también pero con la firme intención de dejar todo en la tribuna, no podíamos fallar. Y así sin darnos cuenta ya estábamos camino al estadio, el día había llegado.
Ambiente de fiesta en las inmediaciones del Metropolitano de Barranquilla, toda Colombia volcada con su selección, el día era de color amarillo pero el toque de distinción era rojo y blanco, sí señor. Nos juntamos con La Franja en las afueras de la tribuna sur y, arengas de por medio, hacíamos nuestro ingreso al estadio, la fiesta había empezado.
Nos ubicamos en la parte alta de sur, no éramos muchos, menos de 50 peruanos, creo que en ninguna otra salida al exterior habíamos sido tan pocos, pero eso no iba a ser impedimento para hacernos escuchar, al contrario, nuestra motivación era el doble y nuestras ganas no tenían igual en ese estadio. El Metropolitano es un estadio de magnitud media, lo suficiente para hacer sentir localía, sin embargo, carece de una barra organizada que dirija el aliento a los suyos, claro, por ratos el estadio se convierte en una caldera, pero no mantiene un ritmo constante, estaba claro que íbamos a marcar la diferencia.
Empezaban los 90 minutos más esperados por todos, el himno a todo pulmón, abrazados todos, como hermanos que somos, pitazo inicial, minutos de estudio, penal, gol colombiano y todo se ponía cuesta arriba, a algunos se nos quebraba la voz, pero sabíamos que no podíamos parar, era nuestra misión, dejar el alma en las gradas, así fue, a pesar de todo. Tiro libre para Perú, la Foquita afinaba puntería, ¡¡palo!!, escasos centímetros que pudieron cambiar la historia del partido, no era nuestro día, pronto llegaría el segundo gol, más tarde la expulsión de Zambrano, todo se ponía cuesta arriba. No puedo negar que los peruanos lo intentaban en cancha pero el equipo colombiano, aun jugando un mal partido, había hecho sus deberes. Nos ganaron bien, quizás pudimos hacer algo más pero fallamos en los momentos de la verdad. Así es el futbol.
Antes del partido los colombianos habían sacado un eslogan interesante: “Aquí el futbol se baila”, cierto o no si quisiéramos hacer una adaptación a la realidad peruana convertiríamos dicha frase en: “Aquí el futbol se sufre”, por lo menos todos los de la generación de los ochenta hacia arriba nos sentiríamos identificados, a eso estamos acostumbrados, somos expertos en usar la calculadora, tenemos maestría en probabilidades y análisis de escenarios futuros, ese es el peruano futbolero, irracional pero siempre fiel a sus colores. Te quiero Perú.
El día terminaba, los colombianos hacían gala, otra vez, de su amabilidad y buenos deseos, nos motivaban a seguir luchando, nos invitaban cervezas, se tomaban fotos con nosotros, nos levantaban el ánimo, Barranquilla muchas gracias, gente 10 puntos, calurosa por su gente que la hace así.
Perdimos el partido, sí, pero seguimos vivos, fortalecimos nuestra identidad, lo dejamos todo y eso es lo que nos motiva a seguir con esta locura, ahora se vienen las primeras dos finales de las cuatro que nos quedan, Uruguay en Lima y Venezuela de visita, septiembre cuantas ganas tengo que llegues ya. Mientras tanto, querida selección, reafirmando el compromiso que La Blanquirroja tiene como máxima, te juro que nunca más jugarás en silencio. Que así sea.
¡Arriba Perú, carajo!
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